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REGISTRO DE OBRAS

Viaje por Italia (21) por A. de Azcárraga

Viaje por Italia (21) 
Pg. 175.

...
"Vista de lejos semejaba el lomo de un gigantesco camello. Una de sus jorobas la forma el cabo que se enfrenta, a través de un pequeño estrecho, con la península de Sorrento; la otra, mucho más voluminosa y elevada la constituye el monte Solaro. En la depresión entre ambas se agrupa el pueblecito de Capri, y mucho más arriba, sobre un bastión del monte Solaro, se asienta Anacapri, el otro poblado de la isla.

Al pie del Solaro, a nivel del mar y penetrado por sus aguas, vimos el pequeño agujero, de poco más de un metro de alto, que da entrada a la Gruta Azul. En sus proximidades nos esperan veinticinco o treinta barcas de remo, que nos rodearon al llegar. Nuestras embarcaciones ajustaron unas escalas al costado y por ellas fue trasladándose el pasaje a las barcas.

El transbordo se hacía con suma rapidez. Dos marineros arriba y el barquero abajo ayudaban a los turistas y, como el oleaje balanceaba un poco las embarcaciones, tomaban en brazos a los vacilantes o menos hábiles.

Cargada ya la barca, el barquero, con unos golpes de remo, se aproximaba a la boca de la Gruta y, antes de entrar, obligaba a los turistas, cogiéndolos o empojandolos, a tumbarse en el fondo.

Tan expeditivo proceder venía forzado por a diferencia de idioma y para evitar que los turistas se golpearan la cabeza contra el rebajadísimo tunel de acceso, que había que enfilar rapidamente para no ser desviados por las olas.

Fue en esta maniobra de entrada cuando Pajarito Frito, que iba en la barca delantera a la nuestra, se cayó al agua. No del todo; ella se había incorporado en el peor momento y, al recibir el empellón del barquero, perdió el equilibrio. Se apoyó en la borda, pero basculó y metió en el agua la cabeza y parte de los hombros.

John y yo, desde nuestra barca, alargamos los brazos y crepo que John llegó a tocarle la melena; pero ya su barquero la había cogido y la izó rapidamente. Todo quedó en un simple remojon; y la pobre chica aun nos dirigio, mientras se secaba la cara con un pañuelo, una sonrisa de agradecimiento por nuestro inútil gesto.

--Tenía que hace su numerito – comentó después Harriet ---. Se estaba haciendo la interesante desde anoche.

--- No me dirás que se ha caído adrede – dijo John.

-- No estoy segura. Ni de que el caballero al que guardaba asiento en el barco no fuera un producto de su imaginación.

El paseo por la Gruta fua algo visto y no visto. La acumulación de turistas era considerable y allí dentro no podían evolucionar más de tres o cuatro barcas. Así, todo quedo reducido a entrar, dar una vuelta y salir. Ni siquiera los remeros, según costumbre, cantaron barcarolas. Pero valía la pena.

La Gruta azul es una caverna abovedada de una anchura de treinta metros y una altura de quince.

Su tamaño, pues, comparado con las grutas mallorquinas, es ridículo, y carece también de su bella decoración de estalactitas. Todo su encanto, real e indiscutible, proviene de la magia de la luz.

Cuando el sol esta en alto –las horas en torno al mediodía parecen ser las mejores--, son escasos los rayos que pueden penetrar por la angosta abertura. De estos rayos, unos se reflejan sobre la superficie líquida y colorean las paredes con su azul; otros atraviesan el agua, de una transparencia absoluta en sus cincuenta metros de profundidad y, al reflejarse sobre la blanca arena del fondo, dan a la masa líquida una extraña opalescencia.

Harriet sumergió un brazo en el agua e instantaneamente apareció cubierto de puntos brillantes, con pálidas perlas. Y no era sugestión causada por la belleza de su torneado brazo; el vulgar remo de la barca ofrecía el mismo sorprendente fenómeno.

En tiempos de Tiberio no podría observarse tal efecto. La caverna, entonces a más alto nivel, no estaba invadida por las aguas, lo que permitió al emperador acondicionarla para sus festines, con nichos excavados en la roca y estatuas de divinidades.

Después, a lo largo de los siglos, un lento y persistente fenómeno –bradisismo lo llaman los geólogos--- ha provocado el hundimiento de la gruta y de todo el promontorio.

De la boca pasamos de nuevo a la gasolinera, que nos llevó a la Marina Grande de la isla, donde desembarcamos y, desde este puertecillo, un funicular nos subió a Capri, que está a cien metros de altura. Para subir hasta Anacapri, que está a trescientos, ya no hay funicular.

Capri es una población muy linda y coquetona, con calles tortuosas y casa blancas de uno o dos pisos. En algunas lujosísimas boutiques, tan elegantes como las de Paris o Roma, con amplios escaparates que ocupan toda la planta baja.
En la plaza del pueblo había unos autobuses, de aspecto un poco estrambóticos para subir a Anacapri.

Eran descubiertos, para que el pasajero viera mejor los panoramas del trayecto, y ridículamente estrechos, porque la carretera, tallada en parte en roca viva, es muy angosta y los autobuses del tamaño habitual no podriían cruzarse en el camino.

Subimos a unos de ellos, ya casi totalmente ocupado por un grupo de turistas italianos. No era autobus de línea; pero la señora que hacía de cicerone de este grupo nos dejo tomar asiento en él.

Esta amable guía tendría unos sesenta años, una bonita cabeza de ondulado pelo blanco y un aire simpático y juvenil.
La carretera que asciende hasta Anacapri iba serpenteando entre frondas y vergeles. La península de Sorrento y la bahía se ofrecían a cada vuelta bajo nuevos ángulos.

Sus formas armoniosas, la pureza del cielo la diafanadidad del aire, el arbolado y la vegetacion, todo lo que iba descubriendo según trepaba el grotesco carricoche, me hacía pensar en la luminosa Grecia imaginada y nunca vista. Pero John, que sí que había estado, la evocó durante el trayecto: – Todo este panorama-- es perfectamente griego.

La cicerone nos señalaba las villas de personalidades famosas: ...la de Ginger Rogers, la casa en que vivió Gorki, el hotel donde pasó el rey Faruk su segunda luna de miel...

También nos señaló los restos de la villa de Augusto, el emperador que hizo de Capri su dominio privado, y la mansión donde su sucesor, el misterioso e hipocondríaco Tiberio, paso los últimos años de su vida. Y, como era inevitable, hizo alusión a las orgías que allí celebraba.

Yo me permití mostrarme escéptico: – Sospecho que esos libertinajes son pura fábula. Cuando Tiberio se retiró a Capri no debía estar muchas lozanías. Tenía cerca de setenta años.

--- Eso no es un motivo --- me replicó la guía.

--- ¿Usted cree?

--- Señor, yo soy casada--- declaró con una sonrisa de suficiencia.

--- Mis parabienes señora –le dije, pues ya no se me ocurrió otra cosa que decir.

Pero ahora, aunque me sonreía interiormente al recordar el tono categórico con que pronunció Signore, io sono sposata, pienso que la primaveral señora estaba en lo cierto.

Al fin y al cabo, la edad no es un obstáculo para la supervivemcia de la afición.

Anacapri, con sus casitas encaladas, tiene algo de oriental. Sus cuidados y floridos caminos zigzagean por entre villas muy lindas, enclavadas en unos rincones de ensueño. Nosotros echamos a andar por el viale Axel Munthe, ancho sendero umbroso y flanqueado de tiendecillas con chucherías y recuerdos.

Al final de este camino dimos con la villa que Harriet buscaba, la que construyó Axel Munthe sobre los restos del convento San Michele.

La cifra más alta que he pagado en España por visitar un monumento fue en el Palacio Real de Madrid --- que no lo vale---; la más alta en Italia fue por esta Villa San Michele –que tampoco lo valdría a no ser por su jardín y panorama--.

La casa, espaciosa, estaba amueblada con muebles antíguos y adornada con estatuas, fustes de columnas y fragmentos de marmoles hallados en la isla. En el dormitorio habia una estatua de Apolo y otras de febos. Y en la pared de la habitación contígua aparecía escrito, en francés un lema: Oser, Vouloir, Se Taire.

Esta casa, y sobre todo su jardín, escalonado en la montaña, daban una grata impresión de paz, como toda la isla. Era una autentica delicia pasear por aquella umbria aspirando su fragancia y, desde la pérgola, contemplar alla abajo el caserío de Capri, la península sorrentina y la inmensidad azul de la bahía.

En esta casa y este jardin vivió bastantes años el célebre doctor sueco Axel Munthe, médico de reyes y gran amante de los animales, del que todos ustedes habrán leído su famoso libro autobiografico "La Historia de San Michele", que ha llevado a Capri más turistas que la leyenda de Tiberio.

Y por cierto, que si hace muchos años que leyeron ese libro y les gusto, como a mí, les aconsejo que no lo vuelvan a leer.

Es libro para leer en la primera juventud; y me temo que si ahora lo leyeran es parecería un monumento de cursileria, de cursileria narcisística. Y no digo mas, aunque lo pienso. Aquellas estatuas en el dormitorio, aquella inscripción puesta por el doctor en la pared...

Esto que digo me abstuve de manifestarlo entonces por consideración a Harriet, de nacionalidad sueca como el doctor Munthe. Pero Harriet, que también había leído el libro, me hizo un comentario, tal vez de más alcance del que lla misma le concedía:

Es un libro muy interesante, pero en el que me parece que hay demasiadas páginas dedicadas a bichos. Axel Munthe tenía por los animales el amor de una solterona inglesa.

Comimos en el mismo Anacapri, en el hotel San Michele, al borde del acantilado. Desde los ventanales veiamos la estatua de Tiberio, que presidía un jardin vecino, y al fono la mole cónica del Vesubio. La isla carece de agua y quizá por eso era tan bueno el vino. El que a nosotros nos sirvieron era de la Vinicola Tiberio. Allí lo que no se refiere a Axel Munthe se refiere a Tiberio; ambos personajes llenan todas las crónicas de la isla.

Cuando bajamos a Capri hallamos reunidos en la plaza los mismos turistas con los que habíamos subido, ya dispuestos a montar en el pintoresco autobus para ir a Marina Grande y embarcarse. Pero el conductor del vehículo y otro de un coche particular estaban ensarzados en una inacabable discusión sobre quién debía maniobrar primero para dejar paso al otro.

Les rodeaba un buen corro, del cual formaba parte la amable y juvenil guía. El urbano de la plaza, muy próximo también, miraba sonriente y sin la menor intención de intervenir.

Las voces, gesticulacion y modo de argumentar de ambos contendientes era algo graciosisimo, de pelicula de Aldo Fabrizi; ambos se mostraban muy enérgicos y ninguno parecia dispuesto a ceder. Pero la guía que no queria perder más tiempo, presionó al conductor de su autobus, quien subió refunfuñando al volante para hacermarcha tras y dejar paso al otro.

Entonces la señora, con triunfal sonrisa, aclaro a los turistas que dirigia_:_ – Este espectaculo, no previsto en el programa, es absolutamente gratuito. De las dos parejas japonesas que habian venido en nuestra embarcacion, una partía en el autobus y la otra se quedaba en Capri, y su despedida fue la más cortés y delicada que haya visto nunca.

Puestos de frente, con esquisita sonrisa de amabilidad, cada caballero con su dama al lado y los cuatro con los brazos pegados al cuerpo se inclinaron varias veces ceremoniosamente, y la pareja que quedó en tierra, no dejó de mirar en dirección hasta el vehiculo hasta perderlo de vista. Nuestro occidental apretón de manos, junto a la finura y delicadeza de este saludo oriental, me pareció un gesto rupestre.

La travesía de vuelta transcurrió sin novedad, aunque el balanceo de la embarcación era más pronunciado que a la ida. Pajarito Frito, esta vez, iba de conversación con un señor macilento, de cierta edad, y parecía más animada. La hidroterapia le había sentado bien.
Un acordeón volvio a tocar Santa Lucia y el marinero de la voz sorda y profunda cantó de nuevo:

Venite all'agile,

barchetta mia...


Barchetta mía... – repetia yo maquinalmente--. ¿Quién no tiene su barquita? Todos tenenos nuestra barquita imaginaria y todos esperamos que llegue, veloz y airosa, con su pacotilla de felicidad.

Luego... Luego llega lo que llega; Pajarito Frito, por ejemplo, debía esperar una barquita fuerte y gallarda, y al final, había tenido que conformarse con un lanchon desvencijado. Cualquier cosa es buena con tal de no hundirse.


A nuestra arribada vi ponerse el sol por la parte del mar, lo que para un vecino de Valencia no deja de ser una novedad. Y no sé si por influjo o en recuerdo de la estancia de Wagner en Sorrento, aquel ocaso, con los rayos solares perforando y coloreando las nubes de bermellones y violetas, fue un ocaso verdaderamente espectacular, wagneriano.

(sigue...)Work in progress...

 

La Laguna (71) per N. Cataldo (Nico vi saluta!)

VERSIONE SPAGNOLA

Ciao a tutti, come va?

È un bel po' che non ci sentiamo, vero? Chi di voi mi legge da tempo avrà notato che l'ultimo mio blog risale a fine luglio e che ho "saltato" il mese di agosto... spero abbiate sentito la mia mancanza. Anzi, spero di no perché ho una notizia: quello che vi sto scrivendo è il mio ultimo blog e questa volta non si tratta, come in alcuni casi precedenti, di un Pesce d'aprile o del Día de los Inocentes. In ogni caso non preoccupatevi per me: sto bene, anzi benone. E allora perché questa decisione? Diciamo semplicemente che, rileggendo i blog degli ultimi anni, ho notato che si ripetevano un po' e, in generale, sento di essere un po' a corto di ispirazione. Come si dice in questi casi, lettore avvisato, mezzo salvato. E allora a questo punto posso raccontarvi come sono andati gli ultimi due mesi.

In ordine cronologico inverso tocca cominciare dall'ultimo fine settimana, il penultimo di settembre, con un classico: gran bel film venerdì sera al TEA. In questo caso si è trattato di La rivoluzione silenziosa, film tedesco ambientato in Germania Orientale nel 1956. Preferisco non farvi spoiler e quindi mi limito a dirvi di dargli una possibilità perché sono due ore ben spese.

La seconda settimana di settembre, invece, è stata contraddistinta dalla visita di una parte della famiglia. Mio fratello, sua moglie e le loro figlie si sono fermati sull'isola per quasi dieci giorni e ci siamo divertiti davvero tanto tra grandi pranzi e cene e visite a paesaggi naturali che continuano a lasciarmi a bocca aperta. Credo che a lui sia piaciuta soprattutto l'escursione a Punta Teno con la spiaggia alla fine dello spettacolare paesaggio vulcanico.

Evidentemente li ho portati anche dal Padre Teide, a Masca, a Benijo, San Andrés, Icod de los Vinos, etc etc... e dopo averli accompagnati all'aeroporto sud dell'isola mi sono fermato a El Médano per vivere la mia seconda Romería dedicata a la Virgen de la Mercedes Roja, che ho accompagnato personalmente dalla sua chiesa fino alla spiaggia dove poi ho fatto il bagno nell'acqua benedetta dalla sua presenza. Non so se aveva benedetto anche il vino, ma io, casomai, me ne sono fatto un paio di bicchierini che non fa mai male ;) E poi era il modo ideale per accompagnare la musica e la gran atmosfera che c'era nella piazza del paese e per festeggiare il compleanno della mia amica Sandra.

Facendo un altro passo indietro arriviamo al primo fine settimana del mese di settembre con altri due meravigliosi film al TEA: Nos vemos allá arriba, fantastica pellicola antibellica francese, ed El Huido de Pablo Fajardo, opera prima di un regista canario che tra l'altro è figlio di due bravissimi miei studenti, nonché amici. Si tratta di un documentario che racconta la storia di Manuel Hernández Quintero, il sindaco più giovane della Seconda Repubblica Spagnola, costretto a nascondersi tra le montagne e le spiagge de El Hierro per otto lunghi anni perché ingiustamente perseguitato dalle truppe franchiste durante e dopo la fine della Guerra Civile Spagnola.

Possiamo quindi definire settembre come il mese del cinema e del ritorno ad una serie di attività culturali, e non, abituali. Per il resto, come sempre, un po' di calcio, sia attivo che passivo. Proprio ieri, per esempio, ho giocato due partite a calcetto una dietro l'altra. Erano forse vent'anni che non giocavo due ore di seguito a calcio e devo dire che mi ha fatto sentire proprio bene fisicamente e psicologicamente. Tanto che domani sera farò un'altra partitella
Per quanto riguarda il calcio passivo, sto seguendo la Champion's e sabato sicuramente non mi perderò il derby di Madrid, sperando che questa volta contro l'Atletico, al mio Real vada meglio che nel mese di agosto. Credo di sì perché, Supercoppa Europea a parte, il Real sta giocando proprio bene.

Il Tete, invece, non va per niente bene tanto che è stata la prima squadra del campionato di seconda divisione spagnola a cambiare allenatore. È tornato un vecchio amico del club biancazzurro, José Luis Oltra che quasi dieci anni fa era stato l'allenatore artefice dell'ultima promozione del Tenerife in prima divisione. Qui sull'isola, ovviamente, è amatissimo e tutti i tifosi del Tete, io compreso, sperano che possa ottenere nuovamente grandi risultati.

Se il mese di settembre ve l'ho raccontato al contrario, agosto, invece, lo facciamo nell'ordine cronologico classico anche perché la parte migliore del mese è quella che va dal sei al 17. In quelle date ho fatto una specie di tour dell'Andalusia macinando quasi duemila chilometri in undici giorni. In compagnia di un nutrito (anche troppo) gruppo di amici ho toccato tutte le province della regione meno Huelva. Un possibile riassunto: grande gastronomia, bellissime spiagge e un caldo bestiale, soprattutto nell'entroterra. Siamo passati da Siviglia, Cordoba e da Granada per visite brevi ma intense e non solo dal punto di vista climatico e ci siamo fermati tre giorni a Cazorla, in provincia di Jaén, per il matrimonio di Ramón e Daniela. Sulla costa abbiamo toccato Cadice, Tarifa, il Capo di Gata e Malaga dove le spiagge erano davvero belle e le temperature più sopportabili. E poi abbiamo anche passato una mezza giornata a Gibilterra, con tanto di pranzo a base di fish and chips e pinta di birra, foto nelle classiche cabine telefoniche di stile britannico e un'Africa alla quale non mi ero mai sentito così vicino e non solo fisicamente.
Vi racconto un aneddoto per spiegarvi meglio cosa voglio dire.

La prima notte della vacanza l'abbiamo passata guidando da Siviglia a Cadice dove ci siamo concessi una dormita di un paio d'ore in spiaggia prima di dirigerci verso Tarifa dove avevamo prenotato l'ostello. In condizioni normali, da Cadice a Tarifa ci si arriva in un'ora di macchina, ma in cinque nel corso di una brillante colazione organizzativa abbiamo deciso di fare delle soste intermedie per visitare le spiagge di Conil de la Frontera e Caños de Meca e il bel centro storico di Vejer de la Frontera. E così siamo arrivati a destinazione verso le otto di pomeriggio e lì si è verificata la prima connessione con il continente africano. Ad un certo punto della strada, dopo una curva sono apparse le montagne del Marocco mentre in macchina prendevano solo radio marocchine con il muezzin che chiamava a messa la comunità islamica e ci invitava in Africa. Caro Muezzin, a questo giro non è stato possibile, ma la prossima volta non mancheremo. In qualsiasi caso, il momento è stato a dir poco mistico e preludio di tre giorni spettacolari passati in provincia di Cadice.

Nella seconda parte di agosto mi sono dedicato soprattutto a ultimare il trasloco e tutti i documenti necessari dopo un cambio di residenza e a vedermi con alcuni amici che non vedevo da un bel po'. Per esempio, Laura, Miguel, Mercedes, Leti, Sandra, Roi, Gabriela, Teo, Montse e soprattutto Juan perché con lui non so quando ci rivedremo. Per lavoro se ne è andato a Roma e poi l'anno prossimo si trasferirà ad Atene. Inutile dirvi che mi sto gia organizzando per fargli una visita in Grecia.

Tra l'altro con lui e gli ultimi quattro della lista siamo riusciti ad evadere da una delle Escape Room de La Laguna in meno di un'ora. Con un buon lavoro di squadra, abbiamo passato un piacevole pomeriggio e ci siamo premiati con una cena a La Carpintería, uno dei miei ristoranti preferiti della città, anche perché trattasi di cucina galliziana.
Da Miguel e Mercedes, due miei ex studenti, invece, ho passato una bella serata con i racconti del loro viaggio di due settimane a luglio in Puglia. Sono davvero contento che si siano divertiti così tanto e che i miei consigli li abbiano fatti sentire meno turisti e quasi autoctoni. Anche i loro figli sembravano entusiasti dell'esperienza.
Per il resto qualche serie nuova (in attesa di The Walking Dead) e qualche buon libro con García Márquez gran protagonista delle mie ultime letture. Il tutto aspettando che arrivi ottobre che è sempre (e lo sarà anche quest'anno) un mese davvero intenso sul lavoro.

E questo è quanto, Ladies and Gentleman. È stato davvero un piacere raccontarvi tutte le mie avventure, o almeno quelle che si potevano raccontare ;) Grazie mille. Per la pazienza, soprattutto.

Un abbraccio,
Nico

Viaje por Italia (20) A. de Azcárraga

(...) Cap. XIII: Sorrento y sus burritos verdes.- Capri, la isla de Tiberio y de Axel Munthe.- La Mágica gruta azul.- La Villa de San Michele

La carretera de Pompeya a Sorrento sigue el trazado de la cornisa marítima, por lo que casi siempre teníamos a la vista el panorama del golfo de Nápoles. John conducía despacio para mejor saborearlo.

Cruzamos un barranco, el de Seiano, poblado de olivos, higueras y nogales. – Toda esta zona fue griega durante varios siglos – dijo John. Ya cerca de Sorrento la costa se hizo más bravia.

De vez en cuando, entre los acantilados, surgían recovecos que albergaban unas playitas encantadoras. Hacía un sol radiante y la atmósfera era de una transparencia diamantina.

Comprendo que los antíguos poblaran de sirenas un litoral tan bello – decía Harriet. Los hoteles de Sorrento estaban llenos: pero al fin pudimos alojarnos en uno moderno, de gran aspecto. Nuestras habitaciones, en la cuarta planta, tenían una balconada corrida que recaía al mar. Harriet se cambió de traje y después salimos a ver el pueblo.

En la plaza se alquilaban unos pintorescos cochecillos, tan pequeños que, cuando el cochero iba solo, llevaba las riendas desde el asiento posterior. Subimos a una de esas carrozelle, cuyo caballo, muy engalanado, lucía sobre la frente un gran lazo y plumero.

Como detras no cabíamos los tres, Harriet decidio sentarse al lado del cochero, un napolitano parlanchín que advirtió en seguida nuestros países de origen. – Yo casi entiendo más las lenguas extranjeras que los dialectos italianos – nos dijo – Llevo tantos años paseando turistas!

Después nos dio una pequeña lección de linguística comparada que traslado aquí con las reservas naturales. El idioma genovés, según nuestro auriga, tenía la cadencia del portugués; el turinés, la música del francés; el dialecto de Bolzano semejaba mucho al alemán; el veneciano y el napolitano era muy parecidos al español...

Muy parecidos no creo; pero palabras semejantes a las españolas si que las hay en el veneciano, y también en el napolitano, a juzgar por algunas de nuestro cochero. Y a este proposito comenté con mis amigos que me había engañado un poco respecto al italiano. Habia supuesto, por ser Italia el pais del bel canto, que el italiano se hablaría cantando. Pero no es así; la manera de hablar de los italianos más que a canción suena a queja; a una dulce queja que tiene algo de cantinela. El que suena más a canción es el francés.

Hicimos algunas paradas para ver tiendas. Había en ellas gran abundancia de mesitas, cajas y otros objetos de marquetería, y toda clase de prendas bordadas. Los sorrentinos viven del turismo, de la marqueteria y del bordado. De cerámica , lo que más se veía era unos burritos muy graciosos esmaltados en verde.

Había tantos en todas partes que pregunté en una tienda el motivo. – Es porque los burros es lo que más abunda aquí -- me dijo la dependienta con ingenuidad, sin pensar en la malévola interpretación que cabía dar a su frase.

En España hay una ciudad, Jaén, que les gusta a ustedes – le repliqué igualmente sin malicia, porque precisamente por esa ciudad siento un gran afecto-- .

Jaén es el lugar del mundo donde hay más olivos y también, según creo, más burros.

Bajamos después al puertecillo marinero. Ante las casas, míseras, jugaban unos chiquillos descalzos y andrajosos.

Era la primera vez que me tropezaba en Italia con la pobreza sin tapujos. Supongo que más al Sur –il mezzogiorno irredento – será aún más evidente; pero yo no pasé de aquí.

Me quedé pensando que, al igual que Italia ha suprimido la tercera en los ferrocarriles, tenía que ir también – como todos los países en donde la haya-- a la supresión de esta tercera clase de la sociedad.

Este es, enunciado de un modo simple, el problema del mundo. Un problema difícil de resolver, porque para transformar esta tercera clase en segunda hay que darle, antes que nada, instrucción, verdadera instrucción, que es lo que proporciona luego más ingresos y , por consecuencia, mayor bienestar.

Pero la instrucción es lo que cuesta más dinero, y los países donde es más abundante la tercera clase son, precisamente, los países más pobres. Y no dejarán de serlo en tanto carezcan de instrucción.... En fin, que es la serpiente que se muerde la  cola; un círculo que hay que romper, como sea, porque no existe en el mundo otro problema más importante que éste. Sorrento estaba muy iluminado y las tiendas, a las nueve de la noche, todas abiertas. En la plaza había un monumento a Torcuato Tasso, nacido aquí.

En este pueblo pasaron también largas temporadas muchos hombres célebres, entre ellos Stendhal, inventor de la palabra que en aquellos días me calificaba – touriste –, y Wagner, que aquí encontró inspiración para su Parsifal.

¿Os habeis fijado en aquella estatua? -- dijo Harriet señalando hacia un lado de la plaza.

Era una imagen de San Antonio Abad, patrono del pueblo; una deplorable figura policromada y con una corona de gas neón que irradiaba luz violeta. En materia de ornamentacion pública, esta estatua fue una de las pocas cosas de notorio mal gusto que ví en Italia. Aquella coronita fluorescente era inolvidable.

Había anochecido cuando volvimos al hotel. Desde nuestro balcón contemplamos al cielo, que mostraba cárdenos desgarrones.

Al fondo del golfo se columbraba la masa oscura del Vesubio y las luces de Napoles, que reflejaba el mar.

En el comedor, en una mesa contígua a la nuestra, cenaba sola una joven esbelta, de melena castaña, vestida con ajustados pantalones negros y una blusa amarilla. Parecía melancólica, y miraba a través de sus gafitas con una mirada dulce y un poco miope.

John y yo hicimos cábalas sobre su nacionalidad y preguntamos a Harriet su opinión. -- Quién, ¿ese pajarito frito? No puede ser más que norteamericana.

Me hizo gracia el calificativo, aplicado por Harriet en español, a aquella jóven que al día siguiente había de darnos un pequeño espectáculo. Al levantarse de su mesa y pasar ante la nuestra, se sonrojo y nos dijo good night con un acento que, en efecto, tenia la nasalidad yanqui.

Sófocles afirmaba –dijo Hohn-- que el amor vive en las mejillas delicadas de las doncellas.

– Ese Sófocles debia de ser estúpido – sentenció Harriet. Un camarero se nos aproximó para avisarnos que en un local próximo podíamos ver bailar la tarantela napolitana. Era, nos acalaro, una tarantela para extranjeros.

– ¿Para extranjeros? -- dije yo --. Mala cosa... -- Por qué no ir –opino Harriet – . A lo mejor nos encontramos allí con Pajarito Frito.

Pero estabamos francamente cansados y, depsués de tomar café en la plaza, nos fuimos a dormir. Al día siguiente, cuando salí temprano al balcón para contemplar el panorama, ya estaba Harriet asomada a él y a poco salía John.

El mar refulgia tranquilo como una balsa, y la gran transparencia de la atmósfera dejaba ver con todo detalle las edificaciones del lejano Nápoles. Bajamos a Marina Piccola y allí embarcamos en una gasolinera grande, del tipo de las que nuestros puertos llaman golondrinas, para ir a Capri.

La embarcación se fue llenando con un pasaje internacional: franceses, hispanoamericanos, dos parejas de japoneses... Pero, sobretodo, norteamericanos. "No esta mal –pensé-- que viajen y vayan conociendo el mundo estos americanos que hasta ahora lo han dirigido tan mal." Pues así lo creo, aunque su increíble torpeza esté frecuentemente acompañada de buena fe. (...)

Antes de zarpar invadieron la embarcación vendedores de los más diversos artículos: sombreros de paja, gafas de sol, alhajas de coral...Harriet comprobó que aquí hubiera logrado más barato el collar que adquirió en Torre del Greco, lo que a ella le contarió y a John le divirtió bastante.

Un marinero con camiseta rayada y una gran medalla de oro al cuello vendía los conocidos burritos de cerámica. También entró un grueso fraile con una hucha para recoger limosnas entre el pasaje. Y, finalmente, aparecieron unos acordeonistas que empezaron a tocar el Funiculi Funicula y otros aires napolitanos.

Ya en el mar me enteré de que habíamos tenido suerte yendo a Capri ese día; desde hacía siete u ocho, era el primero en que el estado del mar permitía el acceso a la famosa Grotta Azzurra.

Nuestra gasolinera no navegaba sola: muy próximas y en la misma dirección navegaban cinco o seis más que, a un centenar de pasajeros cada una, sumarían buen numero de turistas. Era un bello espectáculo, en la hermosa mañana, ver aquella flotilla surcando veloz el mar azul, acompañada de las notas del Torna a Sorrento y el O Sole mio que desgranaban los acordeones. Cuando empezaron a tocar la canción Santa Lucia, uno de los marineros con voz sorda pero entonada, se puso a cantar:

Sul mare lucicca

l'astro d'argento,

placida è l'onda

prospero il vento.

Venite all'agile,

barchetta mia,

Santa Lucia, Santa Lucia!

Cuando concluyó, Pajarito Frito salió de su languidez para iniciar un aplauso, secundado al punto por John y después por todos los turistas.

El marinero había cantado bien y apasionadamente, en especial la imprecación a su barquita de que viniera ligera – all'agile. Al doblar el cano de Sorrento se nos apareció de golpe la legendaría isla, cuyo nombre de Capri, no se debe como yo creía, a la abundancia de cabras, sino a la que tuvo de jabalíes. El tal nombre no procede del italiano capra, sino del griego Kapreai, que significa jabalí.

(sigue...)

 

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