Viaje por Italia (9) por A. de Azcárraga

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"Mis dos últimos días de estancia en Florencia fueron un poco atropellados. Florencia es una ciudad FIRENZE17

para visitarla con tiempo y yo no lo tenía. Tambien un poco atropelladamente haré referencia a

algunas cosas que en esos días ví y las ideas que me suscitaron.

Visité varios palacios más... De los de estilo renacentista, que muestran todos la típica y admirable

serenidad florentina, recuerdo especialmente el señorial Palazzo Strozzi, de monumental cornisa, y el Medici-Riccardi,

donde contempleé los encantadores murales de Gozzoli, ese pintor que partiendo de fray Angélico se encaminaba hacia

Botticelli.

El más bello palacio del Medioevo después del palacio Viejo, y como este, almenado y con torre, BARGUELLO17 1

me pareció el Bargello, también llamado del Podestá. Su segundo nombre lo debe a haber sido

residencia de ese curioso magistrado, creado por Italia cuando se hallaba bajo la soberanía nominal

de los emperadores de Alemania. Florencia paso tres siglos desgarrada por las luchas entre güelfos

y gibelinos, y para poner orden entre ellos se elegía de vez en cuando un podestá, que había de ser forzosamente extranjero

y sin parientes entre las facciones, al que se investía de poderes discrecionales. Una original solución para pueblos divididos

y que no hubiera sido malo resucitarla en nuestra época.

El Barguello fue después cárcel y hoy es museo nacional de escultura, arte máximo de Florencia,BARGUELLO17 2

cuyo conocimiento es premisa necesaria para la comprensión de todo el arte florentino, incluído

el pictórico, porque sobre él influyó poderosamente. Florencia conserva gran parte de su producción

escultórica, singular fortuna que debe atribuirse, bien a que el posterior coleccionismo internacional

se sintiera más atraído por la pintura, bien a la mayor dificultad que las estatuas ofrecen al transporte, o tal vez a la

combinación de ambos factores.

Antes de visitar el Barguello ya había entrado en contacto, en plazas, museos y palacios, con la escultura florentina del Cuatrocientos.

Uno de estos lugares, ante el que pasé y repasé varias veces, porque esta sito en una calle muy céntrica –la via Calzaiouoli, con numerosas zapaterías como su nombre hace suponer --, fue la antigua Lonja florentina, convertida luego en oratorio bajo la advocación de San Miguel y al que los italianos, abreviadamente, llaman Orsanmichele.

De estilo gótico infiltrado de renacentismo, esta bonita Lonja no tiene la grandeza de la valencianaORSANMICHELE

de la Seda, construida cien años después, pero le aventaja en cuanto a riqueza escultórica.

Sus muros exhiben , en sucesivos nichos, buen número de obras debidas a los cinceles de Ghiberti,

Verrocchio y Donatello. Son estatuas de los santos patronos de los gremios; entre las de Donatello se halla la de San

Marcos, de tan vivaz presencia que Miguel Ángel se encaraba con ella para decirle:

--Marcos, ¿Por qué no hablas?

Lo mismo esas estatuas del siglo XV que las de igual época que custodia el palacio Barguello, ofrecen dos notas constantes, casi contradictorias, que se repiten, se alternan y con frecuencia se funden maravillosamente: la delicadeza y el vigor.

Y pienso que es la fusión de tales notas, ya anunciada por la torre de Arnolfo o la puerta del  SANGIORGIO

Paraíso, lo que caracteriza y constituye el encanto propio de lo florentino. Donatello, su máximo

ejemplo, es la energía revestida de distinción –el puño de hierro en guante de seda --.

Todas sus sus obras del Barguello lo atestiguan, empezando por el San Jorge, trasladado aquí desde

Orsanmichele, donde se le veneraba como patrono de los armeros.

Los demás escultores del museo muestran el desarrollo que imprimieron a las cualidades del maestro.

Unos, como Verrocchio y Pollaiuolo, acentuarían su nerviosa energía; otros como Desiderio da Settignano, su refinada distinción: otros más, como Rossellino o Laurana, su dulzura.

Busqué allí, de Donatello, cierto relieve de Santa Cecilia que conocía por reproducciones y que siempre me pareció uno de los perfiles femeninos más nobles de la escultura de Occidente.

Un perfil que es la antítesis del perfil romo y hocicudo preferido por cineastas y reclutas. No halléSANTACECILIA

ese original –por la poderosa razón de que está en Norteamérica, en el museo de Toronto--, pero sí

una fiel copia con la que hube de consolarme. Y, a falta de esa obra, ví otra del mismo artista que,

por confusión inversa, no pensaba encontrar allí: el busto en tierra cocida y policromada de Niccolo da

Uzzano, singular patricio que tuvo la flema de escribir en verso toda una constitución para el estado

florentino.

El incisivo naturalismo donateliano alcanzo aquí una agudeza y un vigor insuperables; y aunque la policromía para la sensibilidad actual, antes resta que añade valor a la escultura, esta obra me pareció el más soberbio y expresivo retrato de toda la plástica florentina.

El teorizar sobre arte no es demasiado ameno; pero en esta ocasión en que nos enfrentamos con la escultura de Florencia, debe disculpárseme que exponga un par de ideas que entonces se abrieron paso en mi cabeza.

La primera, que la fusión de vigor y gracia, típica del arte florentino, sea una de esas felices síntesis, frecuentes en los grandes momentos culturales de factores de distinta procedencia. Y en ella juzgo que el factor duro y aristado –el puño de hierro—es de origen nórdico, germánico, residuo de las invasiones y ocupación de Italia por godos, francos y lombardos.

Factor de naturaleza tan punzante que alguna vez, --piénsese en Signorelli, en Verrocchio o en VEROCCHIO

Andrea del Castagno--, casi transparenta ese expresionismo implacable que es una constante

histórica germánica.

Solo alguna vez; pues lo habitual es que se halle recubierto por la gracia – el guante de seda – que los

florentinos heredaron de los griegos, incluso a través del fondo etrusco de Toscana: en Roma, en el museo de

Villa Julia, vería una cabeza etrusca llamada Malvolta, con la que tenía cierto aire de familia el San Jorge de

Donatello.

La otra idea que me acudió a la mente, ya no circunscrita a Italia, sino ampliada a Europa, es la de que en escultura no hay propiamente Renacimiento.

La escultura renacentista es solo la última etapa o culminación de la escultura gótica; no hay entre las obras de uno y otro periodo, una clara ruptura. El San Jorge podemos imaginarlo adosado, sin que desentone, a la columna divisoria de cualquier portal de iglesia gótica; la pequeña Madonna de Brujas, de Miguel Ángel, e incluso su Piedad del Vaticano quedarían perfectamente ambientadas en el tímpano de ese mismo portal.
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Estas aventuradas ideas me asaltaron mientras paseaba por el gran patio del Barguello, al que había BARGUELLO 3

salido a fumar un cigarrillo. En este patio se halla la escalera de acceso al piso superior, una de esas

bellas escaleras cubiertas descubiertas que son características del gótico mediterráneo, como la que

posee la Lonja valenciana, la del palacio de la Generalidad de Cataluña y tantas otras de estas

latitudes donde llueve escasamente.

El museo custodia también algunas esculturas de Miguel Angel y sus bocetos para las tumbas de los Medicis, que ilustran mucho sobre el artista.

Miguel Anel es siempre de una grandiosidad que causa estupor; pero nada lo prueba más elocuentemente que estos bocetos de reducido tamaño y que, sin embargo, poseen ya una de las notas distintivas del gran arte: la monumentalidad, que no radica en el tamaño, sino en las proporciones.

Una Leda de un palmo de altura, que recuerda a La Noche de Miguel Angel, obra de un discípulo LEDA

suyo que ya cité, Ammannati, muestra también esa monumentalidad.

Y ello es porque Ammannati labró esa figurita tomando por modelo una pintura del maestro –que

juzgada lasciva, fue quemada por orden de un pintor anónimo--. Y también es curioso observar que

los bocetos miguelangelescos, perfectamente acabados, son inferiores a las obras definitivas, muchas sin concluir.

Me hubiera gustado contemplar juntos unos y otras por ver si en las estatuas habia alguna modificación que explicara su superioridad sobre los bocetos, o bien era, simplemente, la misteriosa sugestion del non finito lo que las potenciaba.

El no acabar las obras aleja la senectud y tiene la ventaja de que el espectador las concluye maravillosamente, porque lo hace a gusto de su imaginación.

Luego de Miguel Angel, y a toda distancia que se quiera, nadie ha sabido explotar mejor el no MUSEOPAFIRENZE

acabado de las obras que Picasso. La última tarde que pasé en Florencia fui a ver el museo de

la Opera del Duomo.

No acertaba con él; y en demanda de orientación aborde a una parejita que había entrevisto en un

portal. ...la pareja se hallaba enfrascada en un tierno idilio. ...Y a mí me vino a las mientes –estaba

en Florencia—la canción inmortal de Lorenzo el Magnífico, que no les traduzco por no estropearla: LORENZO M

Quanto è bella giovenezza
Che si fugge tuttavia!
Chi vuole esser lieto, sia;
di doman non c'è certezza.

Y como viene a cuento, añadiré que en Italia no existen, o al menos yo no las vi fuera del caso aludido, esas parejitas tan acarameladas de los metros o bulevares de Paris, o de Picadilly Circus de Londres.

... Pero pasemos al museo de la Opera del Duomo, que al fin halle gracias a la parejita, y en donde quería ver las célebres cantorías o paneles de mármol con relieves, que antes adornaban, en la catedral, las tribunas de los cantores.

Aquí el gran Donatello fue superado por Lucas Della Robbia. Las agrupaciones infantiles hechas por el primero son de diseño poco seco y de un dinamismo desordenado; los grupos del segundo, mas delicados y graciosos, siguen un movimiento de mayor armonía.

Tal vez el tema favoreciera a Della Robbia, porque nadie cultivó tan bien como el la nota ingenua ROBBIA

y tierna, ni sintió tan amorosamente la plasticidad de los cuerpos infantiles.

Cuando en museos y otros lugares me tropezaba con sus Maternidades de cerámica, pensaba siempre que Rafael debió mirarlas muy detenidamente antes de pintar sus Madonnas.

Al dejar Florencia en el autobús que me llevaba a la estación, se sentó frente a mí una joven italiana que iba leyendo una guía de la ciudad. Era cosa frecuente; en todas partes ví numerosas chicas, solas o en grupos, que contemplaban museos y monumentos, librito en mano.

Este afán de enterarse, de saber, de las nuevas generaciones femeninas, lo encontré encantador. Es, me parece, un magnifico síntoma, y una razón más para creer que la humanidad progresa, pese a todo.

... (De: "Viaje por Italia", 1967. --Resúmen y adaptación por la Redacción del Blog--)